Hacía ya mucho tiempo que no cruzaba el Mar Menor para ir a la Isla Perdiguera.
Recuerdo que de pequeña me distraía mucho ir con mi padre, asomada por la borda y viendo los bancos de peces o las pocas medusas que había entonces. Las aguas eran entonces claras y limpias, nada que ver con la turbidez de ahora. Luego al llegar, nos dábamos un baño espectacular y nos comíamos un caldero o unas sardinas en uno de aquellos chiringuitos que entonces estaban permitidos. Cogíamos almejas o caballitos de mar, y regresaba tan contenta como unas castañuelas con mi preciado botín marino.
Hace poco volví a repetir ese viaje, aunque el pequeño Mar me pareció mucho más grande de lo que indica su nombre. Parecía como si las distancias se hubieran alargado, o las islas estuvieran algo más lejos de lo que recordaba. Al mismo tiempo, y mientras el jaloque me golpeaba la cara… sentía una sensación de libertad distinta también a la de aquellos días, y distinguía otra olor diferente de aquella a sal que nos gusta tanto a los que amamos el mar.
Pero sí, la Perdiguera seguía estando allí, justo al lado de la Isla del Barón, oteando juntas y vigilando desde el centro de la laguna toda la costa de la zona. Austera, vacía de civilización, ahora poblada por variedades de aves autóctonas o de paso.
Antes del regreso, me detuve unos minutos por la parte más oriental del islote, donde es más difícil llegar, y solo hay rocas o pequeñas cuevas sin playa. Desde allí se ve toda La Manga, con su interminable costa llena de puertos deportivos, enormes edificios y hoteles, terrazas junto al mar… en resumen, la civilización, y el turismo puro y duro… Me alegré por un instante de estar enfrente, justo al otro lado de todo aquello, …y con la única compañía de las gaviotas y una o dos lagartijas.
Todavía antes de subir al barco, busqué unos segundos en una enorme roca cercana ya al embarcadero. Allí estaban aún, increíblemente se distinguían todavía dos pequeñas iniciales grabadas, no recuerdo ni con qué, hacía más de 35 años. Fue justo donde de adolescente estuve con un mal noviete a pasar una tarde de verano. Intenté borrarlas, pues la experiencia con él fue bastante nefasta, pero no pude. Levantes y temporales tampoco habían podido con ellas. Al tiempo a veces le cuesta hacer su silencioso trabajo.